martes, 2 de diciembre de 2014

Café y Cubano se escriben con C

Además de su poder estimulante y el delicioso aroma, es un símbolo de cubanía y representa en grado superlativo la hospitalidad de nuestro pueblo. Cuanta visita llega a un hogar cubano, si no el traguito de ron – que a veces se pasa de la medida – aparece la clásica y bien recibida tacita de café.
Si algo es tan inmanente a nuestra cubanía, ese es el café. Nadie dudaría que sea un componente de nuestra identidad nacional, lo mismo que el arroz, el lechón asado, la yuca con mojo, el tabaco y el ron. Aunque no todos los cubanos prefiramos todos o algunos de esos ingredientes, lo verdadero es que están de viva presencia en casi todas nuestras manifestaciones familiares y sociales.

Por ejemplo, ¿quién no llega a una casa, de visita, y lo primero que se hace es “plantar” la cafetera? Para nosotros tomar café es igual que compartir “la pipa de la paz” para los antiguos indígenas de la América del Norte o beberse un chocolate hirviente y amargo “a lo Moctezuma”, como aquel que le brindaron a Hernán Cortés cuando quemó sus naves en el territorio del actual México.

Cuanta visita llega a un hogar cubano, si no el traguito de ron – que a veces se pasa de la medida – aparece la clásica y bien recibida tacita de café, sólo rechazada por alguien que se sale de la media aceptada o por los afectados de gastritis. Por cierto, navegando por  internet me he tropezado con más de una página que anuncia lo bueno que resulta el café para la gastritis, cosa a la que no presto la menor atención, ya que esas recomendaciones se originan en países que exportan el grano: la recomendación llega de muy cerca, por eso me asalta la duda. O tal vez digan la verdad, que es bueno para la gastritis – que a la enfermedad le conviene para agudizarse – pero no para el que la padece. Ahí las cosas.

Dejo a un lado los pro y los contra posibles y probables del café, y me remito a su valor como constituyente de la identidad cubana. Esto viene de antaño, de muy antaño, sí señor. Desde que tengo uso de razón lo entiendo así. Resulta que hace poco más de cincuenta años, cuando yo apenas había nacido, en mi hogar se sucedían todas las tardes agradables escenas “cafeteras” cuando, sobre las tres, mi madre hacía la “colada” vespertina. Entonces teníamos un fogoncito de carbón y aún estaba ausente la cafetera de presión que hoy tienen todos los hogares cubanos para sacarle hasta el último zumo al grano. Allá en la cocina estaba mi padre, haciendo “un alto” a la faena y otros miembros de la familia cuando tampoco faltaba alguna que otra amistad que venía a cogerle el gusto al tradicional buchito.

En aquellos días el café que recuerdo era toda una fiesta en familia. Mima ponía primero un jarro con agua y azúcar en el fogón hasta que el agua comenzara a hervir; luego quitaba el jarro del fuego y le echaba el polvo de café, lo revolvía rápido y de inmediato lo hacía pasar por un colador de algodón que colgaba de un artefacto metálico. En mi imaginación infantil me parecía aquello la ubre de una vaca negra que daba “leche prieta”; otras veces lo llamaba "el embudo de trapo". Pero al fin y al cabo, ya colado el cafecito, ni cortos ni perezosos, cada uno agarraba su tacita humeante y la saboreaba; algunos prendían un cigarro o tabaco para darle el “toque de distinción” a la “sobre taza”. No faltaba gente del vecindario que a la primera "olida chismosa" iban disparados para mi casa para agarrar su buchito, que si no alcanzaba ameritaba una segunda colada.

Otra cosa que recuerdo como si viera una película es que después de la primera colada mi madre “hervía las borras”. De ahí salía un café aguado, muy claro y sobre lo dulce que a mí no me llamaba la atención pero a otros sí, como mi abuela materna que a cada rato se daba su buchito en medio de los quehaceres hogareños.

Esa manera era la clásica de colar el café, hecho con el colador. En el campo hay otra forma, la del café “carretero”. Esa modalidad consiste en poner a hervir el agua y el azúcar junto con el café y luego, al hervir, pasarlo por el colador. Yo preferiría la primera, pues me parece que el calor excesivo, hasta el punto de hervir, le quita al café parte de su aroma original. Pero, “para los gustos se hicieron los sabores”, y punto.

Pasaron los años y llegaron las cafeteras de presión; entonces el café se hacía más rápido; me parece que esa fue la razón para que mucha gente colara durante todo el día. Tiempo después se abrió paso el café mezclado con chícharos y cereales; esa modalidad se popularizó tanto, al extremo de que mucha gente prefiere mezclar el café a tomarlo puro. Es una costumbre extendida a muchos países donde el llamado Nescafé devino sustituto del café normal.

Me acuerdo que en los años sesenta apareció una variedad de café a la cual la gente erróneamente puso como nombre Nescafé. En un programa de televisión llevaron una muestra, y el bien recordado conductor Germán Pinelli hizo la aclaración de que aquello no era el tal Nescafé, ya que así se llama el café con cereales elaborado por la firma NESTLÉ. Nada, cosas de nosotros los cubanos que le ponemos nombre a capricho a muchas cosas. ¿Acaso no nos referíamos a los refrigeradores llamándoles Frigidaire cuando esa era una de las tantas marcas que había de procedencia estadounidense? Asunto de idiosincrasia.

A pesar de los años, por suerte, el café sigue formando parte de nuestro diario quehacer. Lo tomamos por la mañana para quitarnos la pereza que imponen largas horas de sueño, y seguimos degustándolo en la tarde; no faltan quienes también le cogen el gusto por la noche. Son muchos los novios que reciben de su amable suegra una tacita de café. Cosa rara porque a las mamás suegras no les agradan esas visitas largas. Claro, el noviazgo de hoy no es el mismo de antaño.

Por mi parte, considero que el café CALIENTE, AMARGO, FUERTE Y ESCASO me hace caer en la cuenta de cuán cubano soy. Claro que me gusta, pero no claro, sino bien fuerte. Trato de cuidarme en cuanto a convertirlo en un escape para estados ansiosos ni en crearme un hábito que pueda hacerme daño. A pesar de lo que se diga, obviamente el exceso de café puede afectar lo mismo el sistema nervioso que el digestivo.

Sin que quede la menor duda, nada tan cubano, tan criollo, diría yo, como una tacita de café fuerte y humeante. Además de su poder estimulante y el delicioso aroma, es un símbolo de cubanía y representa en grado superlativo la hospitalidad de nuestro pueblo.

Café y Cubano comienzan con C. ¡Y no es en vano!

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